“Uno de ellos… regresó alabando a Dios” (Lucas 17, 15)
Jesús acababa de sanar a diez hombres afligidos por la lepra, pero solo uno de ellos regresó para darle las gracias. Podríamos reguntarnos por qué los otros no regresaron. Quizá no pudieron atar los cabos: Dios mismo los había curado por el camino. Pareciera que solo este hombre un samaritano comprendió que había estado en la presencia divina. Y tampoco se limitó a decir “gracias”: cayó a los pies de Jesus y alabo a Dios “en voz alta.”
Este puede ser un modelo para nosotros. Nuestra propia gratitud puede conducirnos a alabar a Aquel que nos ha concedido una vida abundante, ahora y para siempre. Podemos alabar al Señor de muchas formas, pero hoy, imitemos al samaritano del Evangelio:
Regresó alabando a Dios en voz alta (Lucas 17, 15). Tú puedes alabar al Señor en la oración silenciosa, pero dar alabanza a Dios en voz alta expresa tu gratitud de una forma deliberada y concreta. Cuando tu alabanza llega al cielo, tu corazón se anima mas tambien. Por eso el salmista escribe: “¡Naciones, bendigan a nuestro Dios!, ¡hagan resonar himnos de alabanza!” (66, 8).
Se postró a los pies de Jesús (Lucas 17, 16). La alabanza también implica nuestra postura. Esa es la razón por la cual nos ponemos de pie y de rodillas durante la Misa. Tal vez te gusta orar sentado en tu silla favorita cada mañana. Pero de vez en cuando, especialmente cuando estás ofreciendo alabanza y acción de gracias al Señor, podrías intentar ponerte de pie, arrodillarse o incluso postrarte en el suelo. En todas estas formas estás expresando tu amor y gratitud al Señor con tu cuerpo. “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.” (Salmo 98 (97), 1) Amén
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