“Tienen a Moises y a los profetas” (Lucas 16, 29)
En el Evangelio de hoy, Jesus ilustra un marcado contraste entre un hombre que disfruto de sus riquezas pero no se preocupó por los demás, y un hombre pobre, Lazaro, cuya vida estuvo llena de pobreza, sufrimiento y humillación. Cuando el hombre rico murió, fue condenado a “torturas” y “llamas” en el lugar de castigo (Lucas 16, 24). Sin embargo, Lázaro descansó pacíficamente en el “seno de Abraham” después de morir (16,22). Cuando el hombre rico le suplica a Abraham que envíe a Lazaro a advertir a sus hermanos sobre lo que les espera, Abraham rechaza su petición. “Tienen a Moises y a los profetas,” le dice, “Que los escuchen” (16, 29).
Moisés y los profetas. Esta es la forma abreviada para referirse a las Escrituras. Pero también es una declaración reveladora. Esta parábola no trata solamente sobre los peligros de ignorar el sufrimiento de los pobres. También es sobre la importancia y el poder de la Escritura. Es incluso más poderoso que ser visitado por alguien que ya está muerto.
Este es un relato perturbador, pero también contiene promesas. Jesus nos está diciendo que la palabra de Dios puede cambiar incluso el más endurecido de los corazones. Por medio de los mandamientos que Dios le dio a Moises, nos dijo que seamos buenos y generosos con aquellos que más lo necesitan. Y por medio de las palabras de los profetas, manifestó su propio corazón por los vulnerables y los marginados. Ahora nos dice que si meditamos en estas palabras y las dejamos arraigarse en nuestro corazón su espíritu nos sacará de nuestro propio egoísmo. Nos ayudará a salir de nosotros mismos y a compartir su amor y generosidad con quienes sufren. “Señor, abre mis oídos a tu palabra, te lo ruego.” Amén
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