Juan el Bautista fue un personaje fundamental en la historia de srael. Habían pasado quinientos largos años desde que el profeta
Malaquias había pronunciado su fundamental profecía sobre “el día del Señor” (4, 5). Y cuando Juan apareció en escena, muchas personas lo reconocieron como un profeta, una voz de esperanza; tal vez incluso como el cumplimiento de esta esperanza. Estaban tan entusiasmados que corrieron al desierto para escucharlo y recibir el bautismo del arrepentimiento que él ofrecía.
En el Evangelio de hoy, Jesus deja claro que Juan es “más que profeta” (Mateo 11, 9-10). El es el mensajero final, “Elias”, aquel que
regresara y prepararía el camino del Señor (Malaquías 3, 1). La llegada de Juan significó un cambio de era, el amanecer del tan
anhelado Mesías. Nosotros, también, estamos en un cambio de era mientras esperamos el regreso de Jesus, nuestro Mesías. Entonces,
¿cómo podemos preparar nuestro corazón para que él venga, tanto en Navidad como al final de los tiempos?
Una forma de hacerlo, desde luego, es confesando nuestro pecado. Pero así como Juan era más que profeta, Dios quiere hacer más por nosotros que solo purificarnos del pecado. El Señor quiere ir más profundo en nuestro corazón y curarnos de nuestras heridas internas y de cualquier actitud que podría estarnos impidiendo recibir plenamente a Jesus.
Por ejemplo, quizá tu vida no ha resultado como tú querías, y te sientes decepcionado del plan de Dios. O tal vez culpas al Señor
por algo malo que ha sucedido en tu vida o por no responder a tu oración más profunda. Tal vez las cargas de la vida te pesan demasiado, y te has permitido satisfacerte con una oración superficial o rutinaria.
Sea cual sea la carga que tienes, ahora es el momento de clamar al Señor y pedir sanación. Recuerda el mensaje de Juan: “El reino
de los cielos está cerca” (Mateo 3, 2). La gracia de Dios está cerca para ti hoy.
Amén
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