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Domingo, 23 de Octubre XXX Domingo Ordinario

“Te doy gracias porque no soy como los demás hombres.” (Lucas 18, 11)

Trata de imaginar esta escena. Primero esta el fariseo, un miembro respetado de la sociedad, que ocupo su puesto en el templo (Lucas 18, 10). El tenia un lugar especial donde rezar, así como lo tenia en su sinagoga (Mateo 23, 6). 

Con su filacteria—pequeña caja de cuero atada a su cabeza y que contenía un pergamino con pasajes de la Escritura—que era mas
grande y su manto con flecos mas largos y lujosos que los demás (Mateo 23, 5), levanto sus manos en oración. El era una figura
impresionante que se veía a si mismo superior a “los demás hombres” (Lucas 18, 11).

Ahora imagina al recaudador de impuestos. El no tenia un lugar especial para rezar. Mantuvo su cabeza baja como tratando de
evitar la mirada despectiva del fariseo. El recaudador de impuestos estaba vestido con elegancia, pero no era pretencioso.
Sus mejillas estaban humedecidas por las lágrimas.

El acudió al templo por una razón: Había comprendido lo corrupto que se había vuelto. Una pequeña extorsión por aquí y por allá lo
había vuelto un hombre bastante rico. Pero, ¿a que costo? Había estado haciendo fraude a personas a las que difícilmente les
alcanzaba el dinero hasta fin de mes. Había enviado hombres a la prisión de deudores morosos sin preocuparse por sus familias.
Pero lo había comprendido, y se sentía profundamente arrepentido. Todo lo que pudo decir fue: “Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador” (Lucas 18, 3).

El fariseo, complacido con la perfección de su oración, se marcho tal como llego: Convencido de su propia justicia y despreciando a
todos los demás (Lucas 18, 9). Pero el recaudador de impuestos se marchó sintiéndose libre. Con un paso mas ligero y una sonrisa
valiente en su rostro se dirigió a su casa. Al día siguiente pediría perdón a sus vecinos y les regresaría su dinero.

Cada uno de nosotros puede tener un poco del fariseo y un poco del recaudador de impuestos en su corazón. Sigamos el ejemplo
del recaudador de impuestos en la Misa y recemos junto con el:  

“¡Señor, apiádate de mi, que soy un pecador!” Amen

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