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Domingo, 2 de Octubre XXVII Domingo Ordinario

“Si se tarda, espéralo.” (Habacuc 2, 3)

 A nadie le gusta esperar. Ya sea que estemos esperando que la luz del semáforo cambie a verde o el nacimiento de un niño, el tiempo pasa lentamente. Aun si nos decimos a nosotros mismos que nuestra espera pronto terminara, siempre nos sentimos impacientes esperando que todo se apresure.

 Así es como debe haberse sentido el profeta Habacuc al contemplar Jerusalén, su amada ciudad. El ejército de Babilonia había derrotado a Egipto, y el pueblo sabia que ellos eran los siguientes en la lista. Además de la amenaza de la guerra estaba la condición moral y religiosa de la ciudad. Los reyes débiles seguían haciendo alianzas y rompiéndolas con naciones paganas; la adoración a los ídolos paganos iba en aumento; y los ricos y poderosos continuaban explotando a los pobres y débiles. “¿Hasta cuándo, Señor?”, exclamo Habacuc. Se sentía rodeado de “asaltos y violencias… rebeliones y desordenes” (Habacuc 1, 2.3). Y Dios parecía estar lejos. 

Tu conoces ese sentimiento, ¿no es cierto? Un hijo que se ha alejado de la Iglesia y anhelas que encuentre el camino de regreso al hogar. Un amigo que no devuelve tus llamadas, y tu te preguntas que hiciste mal. La violencia en contra del débil, del no nacido y del extranjero esta aumentando y tu no sabes si algún día Dios le pondrá fin. A veces simplemente duele tener que esperar para que todo se solucione.  

Si te sientes identificado, entonces recuerda que Dios tiene algo que decirte, lo mismo que le dijo a Habacuc: “Es todavía una visión de algo lejano” (2, 3). La visión de Dios, su plan, todavía se esta desarrollando. El Señor no está quieto viéndote luchar sin ayudarte. Procura hacer tu mejor esfuerzo para mantenerte firme; pon tu fe en su amor y misericordia.  Amen.

 

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