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Domingo, 18 de Diciembre IV Domingo de Adviento

Pide al Señor, tu Dios, una señal. (Isaías 7, 11)


Las cosas no iban bien para el rey Ajaz de Jerusalén, que se encontraba bajo ataque. La situación se había vuelto tan desesperada que Ajaz decidió pedir ayuda al rey de Asiria. “Este servidor tuyo es como un hijo tuyo”, escribió, “por lo tanto, ven y líbrame” (2 Reyes 16, 7).

Al escuchar las noticias, el profeta Isaias lo exhorto a reconsiderar su posición. El sabia que inclinarse ante Asiria significaría adoptar a los idolos falsos de la nación y sus tradiciones de pecado. “Pídele al Señor, tu Dios, una señal”, le suplico al rey (Isaías 7, 1). Dios te ayudara. Pero Ajaz se negó, pues no quería arriesgarse a sufrir la ira de Dios por atreverse a pedirle una señal. Además, pensó, Dios
no podía ser tan bueno como para rescatarlo a él. Especialmente no después de todas las formas en que lo había desobedecido en el pasado.

Al igual que Ajaz, nosotros también podemos temer a enfrentar las dificultades de la vida por nuestra propia cuenta. Dios siempre nos esta dando señales de su presencia y su ayuda. Algunas son sutiles, como un hermoso amanecer y otras son mas evidentes, como la fidelidad de un amigo. Y luego esta la señal impresionante que Isaías le dio a Ajaz: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán de nombre Emanuel” (Isaías 7, 14).

Emanuel, Dios con nosotros: Una señal viviente del amor y la protección de Dios. Una señal personal e innegable del compromiso de Dios con su pueblo. Una promesa de que el ha visto nuestra necesidad y esta listo para ayudar si nos volvemos a él. Hoy, en Misa, estarás rodeado de señales: Imágenes, un crucifijo, un altar y quizá un pesebre. Y, desde luego, la señal mas grande e íntima: Jesús presente en la forma del pan y del vino.                 Amen.

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