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Domingo, 11 de Septiembre XXIV Domingo Ordinario

“Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos.” (Lucas15,20)

 

Este relato se conoce comúnmente como “la parábola del hijo prodigo.” Pero ¿Qué tal si más bien la viéramos como el relato del padre prodigo?

Quizá no queramos llamar al padre “prodigo.” Después de todo, la palabra significa extravagante o excesivo, como alguien que derrocha su dinero. Eso es claramente lo que hizo el hijo menor, y no pareciera un adjetivo apropiado para el padre. 

Pero el padre es prodigo: Libremente le dio a su hijo menor su herencia años antes de que llegara el momento para que el la recibiera. Luego, cuando su hijo regreso fue exageradamente prodigo en recibirlo de regreso: La túnica más fina, un anillo, sandalias nuevas y un gran banquete para celebrar. ¡Con razón el hijo mayor se enfadó! ¿Cómo podía su padre ser tan generoso con sus regalos? ¿Cómo podía estar tan feliz de aceptar de vuelta en casa a este hijo irresponsable que lo había malgastado todo?

También para nosotros puede ser confuso. Es difícil entender como o porque él podía recibir a su hijo rebelde de vuelta con todos sus derechos de hijo y heredero. Podríamos pensar que, por justicia, el padre debió obligar a este joven a devolver lo que había malgastado o a sufrir alguna consecuencia por sus acciones antes de recibir el perdón. Pero eso seria no comprender la misericordia.

Es una misericordia que no guarda resentimientos y que espera pacientemente a que comencemos nuestro regreso. Es una misericordia que nos recibe alegremente en el hogar.

Esta misericordia es la que Dios tiene para ti, y para todos aquellos que te rodean.

“Gracias, Padre, por tu misericordia. Gracias por correr a encontrarte conmigo.”  Amen

 

Eventos

Viernes a las 7 PM: Exposición de Santísimo

 

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