“De cierto les digo que a los hijos de los hombres les serán perdonados todos los pecados y blasfemias, cualesquiera que sean.” (Marco 3, 28)
El evangelio describe la historia de Jesucristo, que regresa a casa y se encuentra con una multitud que no puede comer. La multitud lo acusa de haber perdido el sentido y de estar poseído por Beelzebul. Luego, Jesús habla a la multitud en parábolas y les explica que Satanás no puede expulsar a Satanás y que un reino o una casa divididos no pueden mantenerse en pie.
Jesús explica que para entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus propiedades, primero hay que atarle. Luego, Jesús enseña que todos los pecados serán perdonados, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo resulta en pecado eterno. Su madre y sus hermanos vienen y llaman a Jesús, quien les dice que quien hace la voluntad de Dios es su hermano, su hermana y su madre. La multitud queda asombrada y le pregunta a Jesús quiénes son, y él le revela que son su madre y sus hermanos, ya que hacen la voluntad de Dios. Esta historia destaca la importancia de comprender y abordar los pecados y la blasfemia para encontrar el perdón y la salvación.
En este Evangelio, Jesús nos enseña que la división nunca es buena, ni siquiera entre los demonios. La división siempre destruye, no importa cuán buena o mala sea. Si nos encontramos divididos, todo lo que emprendemos se vuelve contra nosotros y no permite enfocarnos en nuestros propósitos.
Jesús lo perdona todo y quiere perdonarlo todo, pero si no nos acercamos a pedir perdón, ni siquiera Él puede perdonarlo pues
estamos desconfiando de su amor por nosotros. O, si interiormente decimos que queremos recibir el perdón y exteriormente nos alegramos de seguir pecando, estamos divididos, y esta división nos llevará al final a la ruina. Amen.
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