“Vi al Señor” (Isaías 6, 1)
¿Cómo te sentirías si vieras al Señor? ¿Maravillado? ¿Asustado? ¿Tal vez avergonzado? Eso fue lo que le sucedió a Isaias en la primera lectura de hoy. Contemplo a Dios todopoderoso, sentado en su trono celestial, con seres angelicales que exclamaban: “Santo, santo, santo es el Señor” (6, 3). Abrumado, Isaías exclamó: “¡Ay de mí!” , y confesó que era indigno de estar delante del Señor (6, 5).
Pedro tuvo una experiencia similar en el Evangelio. Cansado después de una noche larga e infructuosa de pesca, estaba limpiando sus redes cuando Jesús le dijo: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar” (Lucas 5, 4). Pedro debe haber murmurado mientras lanzaba sus redes vacías de nuevo. Pero una vez que vio la pesca milagrosa, Pedro cayó de rodillas declarando: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!” (5, 8).
¡Que maravilloso que Dios no dejará a Pedro y a Isaias con miedo y vergüenza! Al contrario, los acercó a él. Dios tocó a Isaias y lo purificó de su pecado. Es más, le encargó la misión de hablarle a su pueblo. Y Jesús animó pacientemente a Pedro diciéndole: “No temas” , y lo acogió para que se uniera a su misión como “pescador de hombres” (Lucas 5, 10).
El Señor hará lo mismo por ti. Hoy tienes la oportunidad de encontrarte con Jesús en Misa. O contempla la belleza del mundo natural mientras meditas en su palabra. En el resplandor de su gloria, puedes ser más consciente de tu oscuridad y tu pecado. Pero también descubrirás que Dios es mucho más santo y amoroso de lo que tú podrías haber imaginado. El Señor te ofrecerá su misericordia y te invita a seguirlo más de cerca.
Cuando te sientas indigno o temeroso en la presencia de Dios, recuerda a Isaias y a Pedro. El Señor te ama perfectamente; es santo, misericordioso y bueno. Tú no debes tener miedo. “Aquí estoy, Señor, quiero verte.” Amen
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