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4 de febrero de 2024 5 Domingo Ordinario

“Mis días… se consumen sin esperanza” (Job 7, 6)

¡Pobre Job! Había perdido sus posesiones, su familia y su salud. Pero quizá lo peor de todo es que había perdido su fe. Ahora no le quedaba más que sufrir y esperar que la muerte lo alejara de su miseria. Estaba convencido de que no volvería “a ver la dicha” (Job 7, 7).

Todos necesitamos esperanza, pero eso no es algo que podemos fabricar por nosotros mismos. Más bien, necesitamos algo en poner nuestra esperanza, y eso era lo que a Job le hacía falta. Al igual que el, si no vemos algo en el horizonte que mejore nuestra situación actual, nos resultará difícil seguir adelante.

Quizá así también es como se sentía la gente en los tiempos de Jesús. Habían estado viviendo bajo una severa ocupación romana, y no sabían cuándo llegaría Dios a rescatarlos. Pero luego Jesús entró en escena. En el Evangelio de hoy, sana a la suegra de Pedro y luego pasa la tarde sanando a otras personas y expulsando demonios (Marcos 1, 32-34). Esto debe haber generado mucha esperanza, no solo en las personas que curó, sino en todos los que presenciaron un poder tan grande. ¡Quizá realmente era el Mesías que habían estado esperando! A la mañana siguiente, Jesús les dijo a sus discípulos que iba a otros pueblos en Galilea a predicar y sanar: “Para esto he venido” (Marcos 1, 38).

Jesús vino a darnos esperanza: a sanarnos de nuestros pecados y a liberarnos del poder de la muerte. Vino a darnos vida en él,
una vida que comienza ahora pero que dura por toda la eternidad. Amen.

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