En la aridez del desierto es donde se puede experimentar con más realidad la necesidad del agua. La sed y el calor del agobiante sol mata. El agua es esencial para la vida. Las lecturas de hoy nos revelan a Dios como fuente de agua que salva a su pueblo, haciendo que brotara agua de la roca en medio del desierto por medio de Moisés. “Golpearás la roca y de ella saldrá agua, y el pueblo tendrá para beber. Moisés lo hizo así, en presencia de los jefes de Israel” (Éxodo 17,6). El agua tan esencial en aquellos tiempos y en los de ahora. En muchas partes del mundo hay sequía extrema. Cuidemos el agua actuemos con responsabilidad para que llegue a todos los que la necesitan.
Pero, más importante que el agua que da vida al cuerpo, es el agua viva que da Jesús en el Espíritu a la mujer samaritana. “Señor, dame de esa agua, y así ya no sufriré la sed ni tendré que volver aquí a sacar agua” (Juan 4,15). La promesa de Jesús para todos se sigue cumpliendo. Basta que le pidamos agua para nuestras sequedades de la vida. Y responderá: “El agua que yo le daré se convertirá en él en un chorro que salta hasta la vida eterna” (Juan 4,14). Egoísmos, infidelidades, injusticias, falta de compasión y de entrega a los necesitados. Es lo que podemos pedir hoy al Señor, para que nos lave y quedando limpios salgamos como la mujer samaritana a proclamar. “Vengan a ver…” todo lo que he cambiado, gracias a Jesús, para bien de todos. Amen. ©LPi
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