“¿A quién iremos?” (Juan 6, 68)
Este fue un momento decisivo para los discípulos de Jesús. Lo habían visto realizar milagros, convertir a las personas y discutir con jefes religiosos suspicaces.
Pero ahora debían tomar una decisión difícil: ¿Continuarán siguiendo a Jesús después de que hubiera dicho algo que no podían comprender? ¿Qué hacer cuando no les gustó lo que escucharon? El Señor les acababa de decir que había bajado del cielo y que, como Dios, él tenía la autoridad de conceder la vida eterna. Luego dijo que cualquier persona que quisiera seguirlo tenía que comer su cuerpo y beber su sangre. Esto era demasiado, y la mayoría de ellos “ya no querían andar con él” (Juan 6, 66).
Pero Pedro, hablando por sí mismo y por el resto de los Doce, acabó con la confusión con una simple pregunta: “Señor, ¿a quién iremos?” (Juan 6, 68). No había nadie más como Jesús. Verdaderamente él era “el Santo de Dios” (6, 69). Pedro no podía permitir que su falta de comprensión lo desviara. El confiaba en que si se quedaba cerca de Jesús, hacía preguntas, escuchaba con atención y mantenía su corazón abierto, un día obtendría las respuestas que buscaba. Aun si le tomaba años, él seguiría cerca del Único cuyo amor y gracia habían transformado su corazón tan radicalmente.
Recuerda lo paciente que él ha sido contigo y decide ser igual de paciente para esperar las respuestas que buscas recuerda tu tienes el don de la fe precisamente con este propósito. Permite que la gracia sobrenatural te ayude a confiar en el Señor, aun cuando no puedas entenderlo. Jesús verdaderamente es el Santo de Dios. No hay nadie más a quien puedas ir para recibir todo lo que él tiene para ti. Amen.
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