The Catholic Community of Northern Columbia County

“No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados” (Lucas 6, 37)

Puede resultarnos fácil juzgar a las personas: ya sea una celebridad de la televisión, una persona desaliñada que nos encontramos en el supermercado o incluso esa persona con la que trabajamos y cuyos gustos alimenticios son diferentes de los nuestros. Y, si somos honestos, incluso podría parecer algo bastante aceptable de hacer. Pero en el sermón que se nos narra en el Evangelio de hoy, Jesús es muy claro: “No juzguen… no condenen” (Lucas 6, 37). Entonces, ¿qué deberíamos hacer en vez?

La línea que precede inmediatamente a este pasaje nos dice cómo debemos comportarnos: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso” (Lucas 6, 36). Piensa en la misericordia de Dios. Cuando descubras que estás juzgando a otra persona, piensa en el amor que Dios te tiene: envió a su Hijo para morir por ti aunque tu no lo merecías, ¡aunque tu no lo pediste! Recuerda todos esos momentos en los que no obtuviste “lo que te mereces” en la vida. Tal vez fuiste grosero con alguien, y esa persona te respondió con
gentileza, o tal vez tu jefe decidió ignorar el hecho de que entregaste tarde un proyecto. La misericordia fluye hacia ti, tal como Dios extiende su misericordia sobre todas y cada una de las personas en el mundo.

Hoy, cuando te encuentres a algún “pecador” piensa en la misericordia del Padre y luego compartirla generosamente. Responde amablemente a las palabras groseras. Jesús te promete que si ofreces misericordia a quienes te rodean “tendrás un gran premio y seras hijo del Altísimo” (cfr. Lucas 6, 35).

 Dios es el juez perfecto. Podemos confiar en que él hará su trabajo. El Señor sabe cuando ser misericordioso y cuando corregir. ¡No necesita tu ayuda! Más bien, podemos ser misericordiosos, podemos perdonar y podemos glorificar a nuestro Padre celestial cuando somos misericordiosos. Amen.