“Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto” (Juan 20, 2)
¡Qué día más glorioso! Es domingo de Pascua, el día de la resurrección del Señor. Solo que hay un problema: ¡Jesus no aparece! Es más, la lectura del Evangelio de hoy se centra en que Jesus está ausente. Maria Magdalena, Pedro y Juan se encuentran con un sepulcro vacío y no saben dónde está el Señor. Entonces, en lugar de alegrarse porque su Maestro está vivo, están decepcionados, desconcertados y asustados.
Estos tres discípulos no saben que le paso a Jesus, pero nosotros sí sabemos. En poco tiempo, él saluda a Maria Magdalena y le encarga que proclame la buena noticia (Juan 20, 16-18). Más adelante ese día, se le aparece a Pedro y a los apóstoles y sopla sobre ellos el Espíritu Santo (Juan 21, 17). Y se les aparecerá una y otra vez antes de ascender al cielo (Hechos 1, 3).
Pero hoy no escuchamos ninguno de estos relatos. Más bien, estamos esperando afuera de un sepulcro vacío. Creemos que Jesus resucitó, pero no lo vemos. Hemos experimentado que somos purificados del pecado, pero todavía a veces pecamos. Ocasionalmente vemos destellos de la vida celestial que nos aguarda, pero también experimentamos momentos de oscuridad y temor. Y por eso vivimos un poco precariamente, siempre en riesgo de caer en la tentación.
Entonces, ¿por qué molestarnos en alegrarnos hoy? Porque Jesus verdaderamente ha resucitado, ¡ya sea que lo veamos o no! Porque él verdaderamente ha derrotado a la muerte, y nosotros realmente le pertenecemos. Porque un día realmente lo veremos y hasta que ese día llegue, podemos experimentar a su Espíritu que llena nuestro corazón con el amor de Dios y gradualmente transforma nuestra vida. “Señor, te alabo y creo en ti”
Amen
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