“Reciban el Espíritu Santo” (Juan 20, 22)
Hoy celebramos la gran fiesta de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos de Jesús con un viento poderoso y lenguas de fuego (Hechos 2, 1-4). Recordamos como el Espíritu derramó fe, valentía y amor generoso en el corazón de hombres y mujeres tímidos y los convirtió en testigos audaces que edificaron la Iglesia. Y nos alegramos en que el mismo Espíritu que transformó a esos discípulos habita en nuestro corazón.
Tu recibiste el Espíritu Santo en tu Bautismo, y fuiste sellado con el Espíritu en la Confirmación. Pero recibir el Espíritu en los sacramentos es solamente el principio. Es como si hubieras recibido de regalo un automóvil último modelo. El regalo en sí mismo es maravilloso, ¿pero para qué sirve el auto si lo dejas estacionado? No estás experimentando todo lo que puedes hacer. Necesitas entrar en el, aprender como funciona y conducirlo.
Desde luego, el Espíritu Santo es una de las Personas divinas de la Trinidad, no un objeto. Pero Dios no quiere que tú lo ignores como si estuvieras dejando ese automóvil nuevo en el parqueo. Nuestro Padre desea que experimentes el Espíritu en toda su plenitud. El Espíritu Santo tiene mucho que enseñarte, muchos dones de sabiduría y valentía para impartir y mucho amor, mucha paz y mucha alegría para derramar en tu corazón. Esa es la razón por la cual, en el Evangelio de hoy, Jesús exhorta a sus discípulos, y también a
nosotros, a recibir “el Espíritu Santo” (Juan 20, 22).
Imagina al Señor Jesús diciendo en este momento: ¡Recibe mi Espíritu! Recibe más de mis dones y de mi poder y entendimiento. Quiero darte fe expectante y asegurarte mi amor. Quiero llenarte con mi poder para que puedas escuchar mi voz, caminar por mis sendas y amar a los demás como yo los amo. Amen.
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