“Mis hermanos… a quienes pertenecen… el culto…” (Romanos 9, 3)
San Pablo inicia su larga meditación sobre el misterio del rechazo de Israel hacia Jesús nombrando algunas de las bendiciones que Dios les ha dado a sus hermanos judios: “la adopción filial,... la alianza,... la ley… las promesas” (Romanos 9, 3). Y en medio de esta lista se encuentra una curiosa frase: “el culto”.
¡Que único era el culto de Israel! A diferencia de sus vecinos paganos, quienes inventaban sus propias formas de sacrificios para agradar a sus muchos dioses, el pueblo de Israel tenía el privilegio de ofrecer a Dios la clase de culto que él deseaba. Al cumplir los mandamientos que Dios le dio a Moises, ofrecían sacrificios de amor y comunión, de arrepentimiento y reconciliación con Dios. Adoraban a Dios por la salvación que él les había concedido. Lo alababan por su grandeza y su poder. El hecho de que él los hubiera
escogido y hubiera establecido una alianza con ellos, ¡era una prueba de que los amaba profundamente y quería formarlos a su imagen!
Por nuestra parte, tenemos el privilegio de dar culto a Dios en la Misa. Como los israelitas, podemos adorarlo por su gloria. Podemos darle las gracias por salvarnos del pecado y abrir el cielo para nosotros. Podemos adorarlo por la promesa que nos ha hecho de no abandonarnos nunca. “¡Señor, te alabamos, te adoramos y te glorificamos!” Amen.
Comments
There are no comments yet - be the first one to comment: