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11 de febrero de 2024 6 Domingo Ordinario

“Se le acercó a Jesús un leproso. (Marcos 1, 40)

Los discípulos de Jesús deben haber retrocedido cuando vieron a aquel hombre acercarse. Todos temían aquella terrible enfermedad de la que él obviamente sufría. Mostrar signos de lepra hacía que la persona fuera ritualmente impura (Levítico 13, 46). La lepra también era mortal y se creía que era altamente contagiosa. Esa es la razón por la cual el libro del Levítico tenía tantas normas para mantener a aquellos que sufren de lepra aislados de la sociedad. ¡Nadie quería arriesgarse a ser contagiado!

Entonces, ¿por qué Jesús extendió su mano y lo tocó? ¿Por qué no se alejó ni se apartó? Porque él no temía a la enfermedad ni a la impureza. La enfermedad no podía hacerle daño. Al contrario: Jesús vino a curar y restaurar a todas las personas. El Señor puede ver más allá de la enfermedad y extender su mano para sanar a los hijos amados de Dios. Y al curarlo, Jesús reintegro a este hombre en la sociedad.

Jesús no teme acercarse a nosotros tampoco. A pesar de que probablemente no estamos enfermos de lepra, hay algo que puede apartarnos de Dios y aislarnos de otras personas: Nuestro pecado. Pero en la cruz, Jesús tomó sobre sí nuestros pecados y los de todo el mundo. Cada vez que acudimos a él arrepentidos, buscando sanación y restauración, él nos responde como le respondió al hombre enfermo de lepra: “¡Sí quiero: sana!” (Marcos 1, 41).

Por eso, preséntale a Jesús tus pecados, tu soledad y sufrimiento. El Señor no se alejará de ti. Jesús es aquel que es puro y que quita toda tu impureza. ¡Permítele que te restaure y te sane! Amen.

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