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10 de noviembre de 2024 XXXII Domingo ordinario

“Esta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir.” (Marcos 12, 44)

Los escribas en el Evangelio de hoy eran conscientes de cómo se veían delante de los demás. Sus largas túnicas combinaban perfectamente con sus largas oraciones, ¿y quien no estaría de acuerdo con que el tiempo dedicado a orar en la sinagoga era tiempo bien invertido? Comparada con estos hombres la viuda parecía insignificante. Cualquier persona que la viera podría darse cuenta de que era pobre. Su ropa probablemente estaba rasgada y sus sandalias gastadas. Sería fácil ver sus dos pequeñas monedas como un reflejo de su limitado valor.

Pero las apariencias pueden ser engañosas. El Señor se fijó en el corazón (ver 1 Samuel 16, 7), y esta viuda le había entregado su corazón. Al estar dispuesta a dar “todo lo que tenía para vivir”, también le ofreció al Señor su energía, su tiempo y sus oraciones (Marcos 12, 44). Los escribas deberían haber estado dispuestos a hacer lo mismo. Pero Jesús sabía que su corazón estaba plenamente centrado en ellos mismos. Se aferraban fuertemente a su orgullo y a su posición como eruditos de la ley y esperaban que todo el mundo los tratara con gran honor y respeto.

Si detectas que te estás aferrando mucho a algo o a alguien, ¡no te desesperes! Imagina que el Señor está frente a ti, sonriendo mientras recibe la ofrenda que le haces. Luego, escuchalo decir: “No te preocupes, ¡yo puedo darte todo lo que necesitas!”

“Señor, quiero ofrecerte todo lo que tengo.” Amen.

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