“... también Jesús fue bautizado” (Lucas 3, 21)
Si no lo has hecho ya, es momento de guardar los adornos navideños. Hoy celebramos el Bautismo del Señor y tradicionalmente se considera que es el final del tiempo de Navidad. Eso es porque, con su bautismo, Jesús dejó atrás sus “años ocultos” e inició su ministerio público. Y no lo hizo con un discurso conmovedor y un impresionante despliegue de poder. Más bien, le pidió a su primo Juan que lo bautizara. Pero, ¿por qué este evento es tan importante? Porque en su bautismo Jesús aceptó públicamente nuestra condición humana. El que no tenía pecado aceptó humildemente ser “contado entre los malvados” (Isaías 53, 12). Por supuesto,
Jesús se hizo hombre en su Encarnacion. Pero en su bautismo, manifestó que se identificaba a sí mismo con nuestra plena humanidad, incluso con nuestro pecado.
Como lo dijo el Papa Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret: Jesús “inicia su vida pública tomando el puesto de los pecadores”. Al aceptar el bautismo, Jesús aceptó su futura muerte para perdonar los pecados de toda la humanidad. Con su bautismo en las aguas del río Jordán, también anticipó su sometimiento a la voluntad de su Padre durante la agonía en el huerto y nos dirige hacia su
sufrimiento y su muerte en la cruz. Tal como lo haría en esos dolorosos momentos, Jesús comenzó su ministerio aceptando la misión de ser el Salvador del mundo. ¡Y qué clase de Salvador es! No se mantuvo distante de nosotros ni nos salvó desde una posición de poder y gloria. Se vació, se humilló y se sometió a un bautismo que no necesitaba para ofrecernos la salvación que nosotros
necesitábamos. Y al hacerlo, santificó las aguas de nuestro Bautismo.
“Gracias, Señor Jesús, por adoptar mi humanidad y aceptar la voluntad del Padre celestial.” Amen.
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