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7 de abril de 2024 2 Domingo de Pascua

“¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20, 28)

¿Por qué no estaba Tomas con los demás apóstoles la primera vez que Jesús se les apareció? Quizá estaba tan desanimado que simplemente quería estar solo, o tal vez se estaba escondiendo en otro lugar. En todo caso, no creyó que Jesús realmente se les había aparecido a los discípulos aquella noche (Juan 20, 25). Tenía que ver a Cristo resucitado por sí mismo. Jesús sabía esto, así que  exactamente una semana después, se les apareció de nuevo, esta vez a todos los apóstoles. Cuando Jesús invitó a Tomas a poner su mano en sus heridas, Tomas exclamó: “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20, 28).

Este pasaje es verdaderamente apropiado para el Domingo de la Divina Misericordia. En su gran misericordia, Jesús deseaba 
profundamente que Tomas creyera que él realmente había resucitado, tanto que volvió especialmente por él. 

Los Evangelios están repletos de ejemplos de la misericordia de Jesús: Desde curar a los enfermos hasta su compasión por 
aquellos que estaban lejos del hogar y tenían hambre. Desde luego, su mayor acto de misericordia fue ofrecerse a sí mismo
en la cruz para el perdón de nuestros pecados.

No importa cuanto tiempo hayamos seguido a Jesús, todos necesitamos de su misericordia y compasión. ¡Aun Tomas, su propio apóstol, la necesitaba! Contempla una imagen de la Divina Misericordia y pídele a Jesús que te conceda su gracia para creer en su profunda misericordia. Luego, exclama como Tomás: “¡Señor mío y Dios Mío!” Amen.

 

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